¿Qué es la obsolescencia programada? El recorte deliberado de la vida de un producto para incrementar su consumo, la lucha del negocio contra la tecnología, y la ética contra el capitalismo.
El documental Comprar, tirar, comprar (Cosima Dannoritzer , 2010) repasa la historia de cómo desde los años veinte del siglo XX hasta hoy, fabricantes y empresarios aumentan las ventas reduciendo la vida de los artículos que producen. Dos ejemplos aclaran este mecanismo del capitalismo y de la economía de mercado en su insaciable reto de reducir costes, aumentar la demanda y maximizar beneficios: las bombillas y los coches.
En 1881 Thomas Edison puso a la venta una que duraba 1.500 horas. En 1924 se inventó otra de 2.500 horas. .Pero ya entonces una influyente revista advertía en 1928 de que "un artículo que no se estropea es una tragedia para los negocios". Un poderoso lobby, el cártel Phoebus, presionó para limitar la duración de las bombillas. En los años cuarenta consiguió fijar un límite de 1.000 horas. De nada sirvió que en 1953 una sentencia revocara esta práctica, porque se mantuvo. No salió al mercado ninguna de las patentes que duraban más (unas, 100.000 horas)
Otro ejemplo destacado en el reportaje es el de la cadena de montaje de John Ford. El coche modelo T fue un éxito para la industria automovilística americana, pero tenía un problema que, por aquellas fechas (años veinte), era todavía incongruente: estaba concebido para durar. Ese fue su fracaso. Desde la competencia, General Motors, consciente de que no derrotaría a su rival en ingeniería, apostó por el diseño. Dio retoques cosméticos a sus coches, lo que le permitió que los clientes cambiaran de utilitario muy a menudo. ¿A quién le importaba que el motor funcionara diez años, si en poco tiempo cambiaría el coche por otro de distinto color o con algún arreglo superficial? En 1927, tras vender 15 millones de unidades, Ford retiró el modelo T.
Tras elcrash del 29, Bernard London introdujo el concepto de obsolescencia programada y propuso poner fecha de caducidad a los productos. "Esto animaría el consumo y la necesidad de producir mercancías", declara la hija del socio de London. "Encuentro que era una idea genial: las fábricas continuarían produciendo, la gente seguiría comprando y todo el mundo tendría trabajo".
En los años cincuenta la sociedad de consumo se había instalado en todo Occidente. El diseñador industrial Brooks Stevens sentó las bases de esa obsolescencia programada: "Es el deseo del consumidor de poseer una cosa un poco más nueva, un poco mejor y un poco antes de que sea necesario". Ya no se trata de obligar al consumidor a cambiar de tecnologías, sino de seducirlo para que lo haga. El protagonista de Muerte de un viajante, de Arthur Miller lo resume con claridad: "Programan estos cacharros para que cuando los hayas acabado de pagar se rompan"
En la actual era de la informática e internet ha aparecido el consumidor rebelde: que intenta reivindicar sus derechos: la abogada Elisabeth Pritzker demandó a Apple tras descubrir que las baterías de litio de los reproductores de música iPod estaban diseñadas para tener una duración corta. Pero el proceso creciente del consumo de lo efímero continúa generando toneladas de basura y gran parte de esta chatarra de aparatos obsoletos derivados por la sociedad de consumo -occidental, camino de ser también mundial- acaba en vertederos africanos, cerrando el ciclo de ahorrar costes a costa de la contaminación mediambiental.