sábado, 27 de octubre de 2012

La banalidad del mal según Arendt y Von Trotta


Hannah Arendt (1906-1975)

En 1961, en Israel, se inicia el juicio a Adolf Eichmann por genocidio contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. El juicio estuvo envuelto en una gran polémica y muchas controversias. Casi todos los periódicos del mundo enviaron periodistas para cubrir las sesiones, que fueron realizadas de forma pública por el gobierno israelí. Además de crímenes contra el pueblo judío, Eichmann fue acusado de crímenes contra la humanidad y de pertenecer a un grupo organizado con fines criminales. Eichmann fue condenado por todos estos crímenes y ahorcado en 1962, en las proximidades de Tel Aviv. Una de las corresponsales presentes en el juicio, como enviada de la revista The New Yorker, era Hannah Arendt.
 
En 1963, basándose en sus reportajes del juicio y sobre todo su conocimiento filosófico-político, Arendt escribió un libro que tituló Eichmann en Jerusalén. En él, describe no solamente el desarrollo de las sesiones, sino que hace un análisis del «individuo Eichmann». Según Arendt, Adolf Eichmann no poseía una trayectoria o características antisemitasy no presentaba los rasgos de una persona con carácter retorcido o mentalmente enferma. Actuó como actuó simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron un resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann, todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de «bien» o «mal» en sus actos. 
 
 



 Para Arendt, Eichmann no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio.

Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.

Hannah Arendt discurre sobre la complejidad de la condición humana y alerta de que es necesario estar siempre atento a lo que llamó la «banalidad del mal» y evitar que ocurra.

Hoy la frase es utilizada con un significado universal para describir el comportamiento de algunos personajes históricos que cometieron actos de extrema crueldad y sin ninguna compasión para con otros seres humanos, para los que no se han encontrado traumas o cualquier desvío de la personalidad que justificaran sus actos. En resumen: eran «personas normales», a pesar de los actos que cometieron.

 Fuente: wikipedia

Trailer de la película Eichmann (Robert Young, 2009)


En cualquier caso, la banalidad del mal del nazismo dejó un continente salvaje, el título del libro en el que Keith Lowe nos habla de la Europa que tuvo que superar el trauma tras la experiencia vivida en los años treinta y cuarenta:

" De esos espantos venimos. Conocerlos nos permite valorar mejor lo que se pudo lograr después del desastre, cuando unos cuantos europeos tomaron, en palabras de Borges, la extraña decisión de ser razonables, y empezaron a construir sobre las ruinas lo que hasta ayer mismo parecía firme, incluso rutinario, y hoy está en peligro. Debajo de nuestros paisajes europeos hay una geología de cadáveres"
 
En Un continente  de negrura de Antonio Muñoz Molina

Cartel del film Hannah Arendt de Von Trotta presentado en la SEMINICI


Von Trotta reflexiona sobres la raíces del mal en "Hannah Arendt", película presentada en  la 57ª Semana Internacional de Cine de Valladolid:

"La película arranca con Arendt asentada en Estados Unidos tras años de éxodo continuo. Allí es profesora en el Brooklyn College de Nueva York, y recibe junto a su marido como un jarro de agua fría la detención en Buenos Aires de Eichmann, el responsable de la logística del Holocausto, que había sido secuestrado en una operación encubierta del Mosad y sería juzgado en Israel.

Contradiciendo la opinión de su esposo, Arendt decide enfrentarse a sus fantasmas y viajar hasta Jerusalén para informar sobre el juicio ("nunca me lo perdonaría si no lo hiciera", señala). La película recupera las imágenes de archivo del auténtico proceso, para mostrar al criminal nazi y subrayar la deshumanización de un hombre que rechazó ser antisemita y que en todo momento se manifestaba con un lenguaje burocrático, confesando que él era un nimio funcionario que "sólo ejecutaba órdenes". Aquel comportamiento horrorizó a la propia Arendt, que puso sobre la mesa un debate incómodo en el que planteaba que la capacidad del pensamiento es una de las características que nos alejan de la maldad absoluta, y que llegó a cuestionar la responsabilidad de los líderes judíos en el proceso que desencadenó el Holocausto.

En su momento hubo quienes interpretaron sus palabras como una defensa de Eichmann, y la llegaron de acusar de antisemita, pero hasta su fallecimiento en 1975 Arendt siguió defendiendo sus tesis y profundizando en la base teórica que sustentaba su libro 'Un estudio sobre la banalidad del mal', escrito a partir de su artículo para 'The New Yorker'.

La película aborda de soslayo su relación con la novelista Mary McCarthy, con el pensador Hans Jonas y con su maestro, Martin Heidegger, y dedica algo más de atención a su relación de amor-odio con el director y portavoz del movimiento sionista alemán, Kurt Blumenfeld. Por encima de sus posibles virtudes cinematográficas, el film invita a la reflexión sobre la naturaleza del mal: "Lo que es nuevo en el caso Eichmann es que hay tantos como él... Es un ser humano terroríficamente normal", desliza a mitad del metraje la protagonista"

Fuente: C.C.P./ ICAL

Para saber más...

La banalidad del mal

Enlace al libro de Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalem. Un estudio sobre la banalidad del mal

Eichmann en Jersusalem en wikipedia

Un análisis de la banalidad del mal

Documental. Captura y juicio de Adolf Eichmann



Grandes pensadores del siglo XX. Hannah Arendt

Hannah Arendt y la banalidad del mal. Documental

Holocausto, el deber de no olvidar

Gutiérrez Menoyo, Bertolt Brecht y los verdaderos protagonistas de la historia

Fidel Castro con Gutiérrez Menoyo (en el centro), en 1959. El tercer personaje que está al lado de Menoyo tal vez sea el norteamericano William Morgan, posteriormente fusilado en Cuba en 1961, por ser un presunto agente de la CIA.
Una recomendación para debatir sobre la revolución cubana: la polémica entre el cantautor cubano Silvio Rodríguez y el opositor anticastrista en el exilio Carlos Alberto Montaner que tuvo lugar en 2010

La auténtica historia sería aquella que incluyera la de  todos los individuos que la hacen. Dada la imposibilidad de tal empresa, el historiador selecciona. Luego el divulgador simplifica. Los gobernantes manipulan y al pueblo se le obliga o enseña a olvidar o se le condena a la ignorancia . En este proceso  de recreación del pasado desaparecen los verdaderos protagonistas históricos que sólo los grandes investigadores y sensibles creadores (artistas, escritores, cineastas) nos devuelven a través de los relatos que muestran el universo infinito de la intrahistoria, de las emociones vividas. Es esta la historia que recupera La belleza y el dolor en la batalla  un libro que recoge  fragmentos de la Gran Guerra para hacer algo más que una historia tradicional de los años en los que comienza el corto siglo XX al que se refería el difunto Eric Hobswam. Antes de que una vorágine de libros inicie una abrumadora e inabarcable revisión bibliografica motivada por el fetichismo de la celebración y de la efémeride (2014, cien años después) conviene leer este libro cuyo espíritu nos transmite Peter Englund:
 
"Es este un libro sobre la Primera Guerra Mundial. No es, sin embargo, un libro sobre qué fue esa guerra —es decir, sobre sus causas,su progreso, su final y sus consecuencias—, sino un libro sobre
cómo fue. Lo que el lector encontrará aquí no son tanto factores como personas, no tanto procesos como impresiones, vivencias y estados de ánimo. Lo que he intentado reconstruir, más que el curso
de unos acontecimientos, es un universo emocional."

En éste, como en otros tantos libros y películas (no dejo de mencionar El árbol de los zuecos de Ermanno Olmi, 1978) está historia vital de los individuos que componen el pueblo, los hacedores de la historia a los que dedicó Brecht sus versos de "Preguntas de un obrero ante un libro":


Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió a construir otras tantas? ¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la Muralla china,
¿a dónde fueron los albañiles? Roma la Grande
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban
pidiendo ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿El sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse
su flota. ¿No lloró nadie más?
Federico II ganó la Guerra de los Siete Años.
¿Quién la ganó, además?
Una victoria en cada página.
¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién paga sus gastos?
Una pregunta para cada historia.



Bertolt Brecht, 1934 en Historia del almanaque, 1939

 







A veces ni siquiera los protagonistas que vivieron la historia en primera fila entran en los libros de historia cuando caen en el olvido de los vencedores o de la historia convencional. Los medios de comunicación recuperan ahora la memoria de Eloy Gutiérrez Menoyo, comandante Menoyo, madrileño, español y cubano recientemente  fallecido  en La Habana y  cuya vida simboliza todas las contradicciones de la revolución cubana y de su historia hasta el siglo XXI. Busquemos su nombre en algún manual de Historia junto a Castro y Guevara y si no lo encontramos leamos el testamento que entregó a su hija durante su enfermedad:

"El año 1959 registró un acontecimiento que parecía marcado por la poesía: la Revolución Cubana. De aquella Revolución, esparcidos por la isla y por el mundo, quedan hoy restos dolorosos de un naufragio. En el 2003 regresé a Cuba. Enemigo en un tiempo del Estado cubano y percibido así oficialmente, intentaba una actividad pacífica que fecundara a favor de un espacio político. Durante años, desde el exilio en visitas puntuales a Cuba, habíamos dialogado con este gobierno con vista a una apertura política. Con el país hecho añicos, sin el socorro de la desaparecida esfera comunista, no le quedaba a Cuba otra salida que no fuera el cambio.
Así se lo manifesté a Fidel Castro en nuestros encuentros que consideré breves pero sustantivos. Sin embargo, desde mi llegada sorpresiva, no se me ha extendido el carnet de identidad ni se me ha otorgado el espacio político que se discutió en un tiempo. Es cierto que se ha tolerado mi presencia pero ello ha ocurrido bajo el ojo orwelliano del Estado que se ha preocupado por observar de cerca a nuestra militancia.

En el tiempo que he pasado aquí, he visto también la destitución de sus cargos de algunos de los funcionarios oficiales que compartieron conmigo y otros activistas de Cambio Cubano, no sólo la preocupación por los problemas que asolan a nuestro pueblo, sino también la urgencia de producir la necesaria apertura política. Esa apertura política traería consigo grandes transformaciones que se hacen impostergables y para las cuales no faltó en los momentos de nuestras conversaciones cierto estímulo alentador por parte del más alto liderazgo de este país.
Hoy día, sin perder mi fe en el pueblo cubano, denuncio que aquella empresa, llena de generosidad y lirismo, que situaría de nuevo a Cuba a la vanguardia del pensamiento progresista, ha agotado su capacidad de concretarse en un proyecto viable.
Comparto esta realidad con los mejores factores del pueblo cubano, estén en el gobierno, en sus depauperadas casas o en el exilio, y asumo la responsabilidad de este tropiezo a la vez que me reafirmo en las ideas que en su inicio suscitaron la admiración de amplios sectores cubanos e internacionales. Hago esta declaración en medio también de un diagnóstico médico en lo que va menguando mi salud personal. Asumo la responsabilidad de esta batalla y no me amedrenta el hecho de que algunos puedan calificarla de fracaso. La voluntad de perpetuarse en el poder de Fidel Castro ha podido en este caso más que la fe en la posible renovación de los mejores proyectos cubanos desde fecha inmemorial. ¿Cuál es la Cuba a la que me enfrento hoy en medio de mi enfermedad? Es una Cuba desolada en la que el carácter ético del proceso de 1959 se ha hecho inexistente. El ciudadano ha ido perdiendo consciencia de sí mismo: se resiste aunque a veces no lo exprese y la juventud se sustrae y convierte el deseo de escapar en una obsesión desmesurada. Grandes sectores de la gente de a pie ya sabe de memoria que esta revolución ya no tiene sentido moral. El cubano ha ido perdiendo su esencia. Sobrevive en la simulación y en ese extraño fenómeno del doble lenguaje. Las estructuras son irracionales. La extranjerización de la economía se monta precariamente sobre una fórmula absurda y desbalanceada que excluye el protagonismo y la iniciativa nacional.
El gobierno que pregonó ser del pueblo y para el pueblo no apuesta por la creatividad y la espontaneidad nacional y el sindicalismo brilla por su ausencia.
Me ha tocado vivir de cerca la ardua faena de intentar hacer oposición en este país. He sido firme en mi posición independentista y en mi llamado a marcar distancia de cualquier proyecto vinculado a otros gobiernos. Pero el gobierno cubano ha sido tenaz en su minuciosa labor de hacer invisible a la oposición, a la que se coacciona y cohíbe de movilizarse y no se le permite insertarse en las áreas importantes de las comunicaciones o la legislación.
¿Cómo indemnizar a un país a 50 años de disparates contra su ciudadanía? ¿Cómo se indemniza a un pueblo de tantos daños directos contra la colectividad y el ciudadano? ¿Cómo se le indemniza de los errores por consecuencia?
El gobierno cubano no deja duda de su incapacidad de crear progreso. Como resultado de esta realidad el cubano deambula sus calles como un ciudadano disminuido, inquieto, triste e insolvente. En la mentalidad de los que se aferran del poder a toda costa ese ciudadano es el modelo y candidato perfecto a la esclavitud. La constitución no funciona. El sistema jurídico es una broma. La división de poderes no es siquiera una quimera. La sociedad civil es, como el progreso, un sueño pospuesto por medio siglo.
¿Burla la justicia la madre desesperada que busca leche para su hijo en la bolsa negra? Hace unos 60 años, Fidel Castro se dirigió a un magistrado, en medio de una dictadura pero con prensa libre como testigo, y explicó que si se le acusaba por uso de fuerza militar revolucionaria, ese agravio, ese desacato a la ley, y aquella querella oficial contra él, debían ser desestimados ya que el gobierno existente era producto ilícito de un golpe de estado. Aquella lógica, inexpugnable y cierta, podría aplicarse hoy día, en nombre de la oposición para decir que el gobierno cubano hace un grosero uso del poder absoluto y que su consolidación a perpetuidad es una intolerable disposición testamentaria. Se usaría bien aquel planteamiento de Fidel ante un magistrado para decir que nadie puede hacerse custodio eterno de un país ni llevar adelante una meticulosa empresa de abolir la realidad y de paralizar el avance. También se me ocurriría preguntar dónde está la dirección originaria del proceso por el que murió mi hermano Carlos o cuándo terminará la desazón de sentir que el futuro está hipotecado. Durante 50 años de destreza política y control policiaco el cubano ha sido un verdadero héroe de la subsistencia dentro de un laberinto dialéctico. Ha manejado el desencanto y el extravío y el desdoblamiento y la fatiga. ¿Qué tiene de nuevo que decirle este gobierno a ese cubano acerca de su destino incierto? Según los médicos, mi diagnóstico es irreversible. Voy sintiendo que cada día será más opaco y a la vez más cierto en la brevedad de mi destino. No temo el diagnóstico que parece ser una ruta y la caminaré con calma y con esperanza en el futuro de Cuba, esta tierra de hombres y mujeres inigualables. Quisiera decir que me reitero en las ideas que alentaron en mí y en mis hermanos mis padres generosos; ni tamizo ni renuncio a mi vinculo con la socialdemocracia, una vinculación que es, cada vez más, a partir de la visión incluyente de la historia; las posibilidades de éxito de cualquier visión política se engrandecen o achican a partir de la generosidad y el sentido de compromiso colectivo, la capacidad de acuerdo de sus portadores.
Si ofendí a alguien, si los fantasmas de las diferentes contiendas me tentaron a faltarle a la generosidad, pido benevolencia, al igual que olvido a quienes pudieron haberme juzgado de manera apresurada hoy reflexiva. Creo haber servido a Cuba en diferentes etapas por encima de los errores de mi autenticidad, de cualquier falta de visión de mi parte o de cualquier terquedad en el camino. Durante la revolución, creo haber sido una voz de humanismo que se manifestó quizá mejor en el sentido de oponerme a los fusilamientos. Haber vivido en mi infancia la guerra civil española me había preparado para intentar al menos el dominio de las pasiones. No creo haber sido de los que permitieron el reverso del sueño que acabó en convertirse en la peor pesadilla. Alguien podría interpretar este documento como un lamento pesimista. Sin embargo, no es ese su propósito como no va en él ninguna forma de cólera aunque me haga eco de estos duros quebrantos de la familia cubana a la que me uní desde mi niñez al llegar a Cuba como miembro de una familia de exilados españoles republicanos. Mi optimismo se basa en la fuerza telúrica de esta isla; en la ternura infinita de la mujer cubana; en el poder de innovación de su gente más sencilla. La herencia de perdurabilidad de la Nación cubana resistirá todos los ciclones de la Historia y a todos los dictadores. Varela es más que una seña. Maceo es más guía que guerrero admirable. Martí no es una metáfora. La suerte llegará. Cuando el último cubano errante regrese a su isla. Cuando el último joven nacido en Madrid, en Miami o en Puerto Rico se reconozca en la isla. Cuando sanen las heridas y desaparezca el dolor habrá un pueblo que tendrá cautela de celebrar su nueva dicha y de cuidarse de magos iluminados y de proyectos mesiánicos. Porque, no importa cómo, la suerte llegará: delgada, silenciosa y frágil como una mariposa llena de júbilo, como una señal para este pobre pueblo que merece algo mejor. Yo sé que habrá una mariposa que se posará en la sombra. Me habría gustado poderle decir que habría querido dar más; acaso ella habría entendido que sólo pude dar mi vida y que tuve el privilegio de ser parte de esta isla y de este pueblo." 

Y como contrapunto y complemento poético el testamento musical de Silvio Rodríguez que de alguna manera podríamos dedicar la propio "gallego Menoyo" resumiendo la grandeza y  miseria de las revoluciones reflejo tal vez  de la  fragilidad y debilidad de la condición humana sumida en las contradicciones de sus dioses y demonios, entre ser "pata animal o alada planta de mercurio":

"Como la muerte anda en secreto
y no se sabe qué mañana,
yo voy a hacer mi testamento,
a repartir lo que me falta
pues lo que tuve ya está hecho,
ya está abrigado, ya está en casa.
Yo voy a hacer mi testamento
para cerrar cuentas soñadas.

Le debo una canción a la sonrisa,
a la sonrisa de manantial, esa que salta:
le debo una canción a toda prisa
para que quede que estuvo cerca, agazapada.

Le debo una canción a lo que supe,
a lo que supe y no pudo ser más que silencio:
le debo una canción, una que ocupe
la cantidad de mordazamor de un juramento.

Les debo una canción a los pecados,
a los pecados que no gasté, los que no pude:
les debo una canción, no como hermano,
sólo de sal que el delectador también alude.

Le debo una canción a la mentira,
a la mentira pequeña, frágil, casi salva:
le debo una canción endurecida,
una canción asesina, bruta, sanguinaria.

Le debo una canción al oportuno,
al oportuno mutilador de cuanta ala:
le debo una canción de tono oscuro
que lo encadene a vagar su eterna madrugada.

Le debo una canción a las fronteras,
a las fronteras humanas, no a las del misterio:
les debo una canción tan poco nueva
como la voz más elemental de los colegios.

Le debo una canción a una bala,
a un proyectil que debió esperarme en una selva:
le debo una canción desesperada,
desesperada por no poder llegar a verla.

Le debo una canción al compañero,
al compañero de riesgos, al de la victoria:
le debo una canción de canto nuevo,
una bandera común que vuele con la historia.

Le debo una canción, una, a la muerte,
una a la muerte voraz que se comerá tanto:
le debo una canción en que hunda el diente
y luego esparza con la explosión fuegos del canto.

Le debo una canción a lo imposible,
a la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanza:
le debo una canción indescriptible
como una vela inflamada en vientos de esperanza.