Unos parecen en misa, otros levantan el puño. Piensan
ir juntos a ninguna parte. Como el escorpión y la rana, no parecen tener
elección. Catalanes por fin independientes de otros catalanes, extranjeros de sí
mismos. Primero ser catalán, luego ciudadano. Doble pensar: me salto la ley
para crear la ley. El Estado de Derecho soy yo. Eso sí, apelando a la libertad,
a la igualdad y a la fraternidad. Pero a la versión de la triada caducada de
finales del siglo XVIII que no impedía guillotinar a las mujeres que pedían
derechos también para las ciudadanas o que arremetía con violencia a los que
engañados entendieron que les ofrecían una auténtica igualdad de oportunidades
y de derechos sociales. O la de boquilla que sólo aceptaba la libertad para
ricos y capaces, la igualdad como derecho a mantener la herencia de sus mayores
a cambio de nada y la fraternidad como compasión filantrópica y benéfica hacia
los miserables inferiores por parte de los más listos que utilizaban y
parasitaban el estado para sus fines.
Porque
la libertad del siglo XVII que pedían los segadores era la libertad para no
pasar hambre, para que les dejarán redimirse de los tiranos. Entonces la nación
era la tierra y el trabajo con el que alimentar bocas siempre hambrientas de
niños de incierta infancia. Seguro que pocos de los presentes que cantan en el
Parlament saben que lo que cantan se refiere a un sistema feudal en el que las
patrias de los poderosos eran los privilegios de su estamento, que aquellos
segadores catalanes afilaban sus herramientas contra sus señores opresores,
también catalanes. Que su lucha tenía más que ver con las clases que con las
naciones Y seguro que pocos habrán segado en su vida, tal vez ni tenido
siquiera una hoz en sus manos, Tal vez no sepan que afiladas son peligrosas,
Tal vez, no recuerden a sus abuelos muchos de ellos emigrantes, sin patria,
exiliados del sur en búsqueda de horizontes para hijos y nietos. Apátridas como
tantos otros que también la perdieron por los monstruos engendrados por el
sueño de la razón de patrias y distopías asesinas.
La
verdadera patria de aquellos campesinos explotados, era la del derecho a que
los dejasen segar con dignidad para poder ganarse el pan. Y antes que
castellanos, catalanes o aragoneses eran segadores, trabajadores que cantaban
su rebelión. Canciones que años después utilizaron burgueses y señoritos de
ciudad ociosos y huérfanos de patria para inventarse una que les diese consuelo
frente a la otra patria frustrada de 98, la de charanga y pandereta. Canciones
para apagar también las voces de los que anunciaban el fin de la opresión y la
redención sin dioses, reyes o tribunos
Si
aquellos emprendedores de la marca hispánica hubiesen gobernado España hubiesen
puesto letra a la Marcha Real. Pero no les dejaron. O no pudieron O no
quisieron.
Y ahora sus sucesores -algunos tal vez sean nietos de aquellos hombres y
mujeres del sur- cantan Els Segadors, -himno oficial de una autonomía del
estado español- contrá un Borbón, apropiándose del espíritu de aquellos payeses
que acabaron siendo reprimidos con la ayuda de otro Borbón al que se acogieron
-como los de ahora- los oligarcas de entonces. Siempre los oligarcas
apropiándose de los pueblos.
Perdieron
los catalanes. Y los españoles, sean asturianos, extremeños, maños o andaluces.
Los mismos que ahora perderán. Los súbditos de esa eterna España incapaz de
hacerse, esa España muda como su himno, Esa España que no ha sido, ni será. La
que es capaz de aplicar el artículo 155 en inglés y sin apenas haberlo leído.
La que hablaba catalán en la intimidad, incapaz de seducir, obsesionada por
imponer. La que iba bien mientras unos se enriquecían a costa de la verdadera
república, la de la justicia y bien común. La incapaz de dialogar y defender su
legado, siempre acomplejada. La misma España sin esperanza que ya yacía en el
corazón de Larra. La que se llevó por delante una guerra y una dictadura. La
que seguimos soñando. Esa amenazada de mutilación a la que hoy -próximo otra
vez el día de difuntos- ha sustituido una media república catalana que nace con
su disfraz de Halloween, tal vez pletórica de bitcoins pero, a tenor del gesto
y pose de sus inductores, hueca de pasión y de verdad.
Aquí yace media Cataluña. Murió de la otra media.¡Silencio! ¡Silencio!