domingo, 29 de octubre de 2017

A propósito de la nueva república catalana en vísperas del día de difuntos



Unos parecen en misa, otros levantan el puño. Piensan ir juntos a ninguna parte. Como el escorpión y la rana, no parecen tener elección. Catalanes por fin independientes de otros catalanes, extranjeros de sí mismos. Primero ser catalán, luego ciudadano. Doble pensar: me salto la ley para crear la ley. El Estado de Derecho soy yo. Eso sí, apelando a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad. Pero a la versión de la triada caducada de finales del siglo XVIII que no impedía guillotinar a las mujeres que pedían derechos también para las ciudadanas o que arremetía con violencia a los que engañados entendieron que les ofrecían una auténtica igualdad de oportunidades y de derechos sociales. O la de boquilla que sólo aceptaba la libertad para ricos y capaces, la igualdad como derecho a mantener la herencia de sus mayores a cambio de nada y la fraternidad como compasión filantrópica y benéfica hacia los miserables inferiores por parte de los más listos que utilizaban y parasitaban el estado para sus fines.

Porque la libertad del siglo XVII que pedían los segadores era la libertad para no pasar hambre, para que les dejarán redimirse de los tiranos. Entonces la nación era la tierra y el trabajo con el que alimentar bocas siempre hambrientas de niños de incierta infancia. Seguro que pocos de los presentes que cantan en el Parlament saben que lo que cantan se refiere a un sistema feudal en el que las patrias de los poderosos eran los privilegios de su estamento, que aquellos segadores catalanes afilaban sus herramientas contra sus señores opresores, también catalanes. Que su lucha tenía más que ver con las clases que con las naciones Y seguro que pocos habrán segado en su vida, tal vez ni tenido siquiera una hoz en sus manos, Tal vez no sepan que afiladas son peligrosas, Tal vez, no recuerden a sus abuelos muchos de ellos emigrantes, sin patria, exiliados del sur en búsqueda de horizontes para hijos y nietos. Apátridas como tantos otros que también la perdieron por los monstruos engendrados por el sueño de la razón de patrias y distopías asesinas.

La verdadera patria de aquellos campesinos explotados, era la del derecho a que los dejasen segar con dignidad para poder ganarse el pan. Y antes que castellanos, catalanes o aragoneses eran segadores, trabajadores que cantaban su rebelión. Canciones que años después utilizaron burgueses y señoritos de ciudad ociosos y huérfanos de patria para inventarse una que les diese consuelo frente a la otra patria frustrada de 98, la de charanga y pandereta. Canciones para apagar también las voces de los que anunciaban el fin de la opresión y la redención sin dioses, reyes o tribunos

Si aquellos emprendedores de la marca hispánica hubiesen gobernado España hubiesen puesto letra a la Marcha Real. Pero no les dejaron. O no pudieron O no quisieron.
Y ahora sus sucesores -algunos tal vez sean nietos de aquellos hombres y mujeres del sur- cantan Els Segadors, -himno oficial de una autonomía del estado español- contrá un Borbón, apropiándose del espíritu de aquellos payeses que acabaron siendo reprimidos con la ayuda de otro Borbón al que se acogieron -como los de ahora- los oligarcas de entonces. Siempre los oligarcas apropiándose de los pueblos.


Perdieron los catalanes. Y los españoles, sean asturianos, extremeños, maños o andaluces. Los mismos que ahora perderán. Los súbditos de esa eterna España incapaz de hacerse, esa España muda como su himno, Esa España que no ha sido, ni será. La que es capaz de aplicar el artículo 155 en inglés y sin apenas haberlo leído. La que hablaba catalán en la intimidad, incapaz de seducir, obsesionada por imponer. La que iba bien mientras unos se enriquecían a costa de la verdadera república, la de la justicia y bien común. La incapaz de dialogar y defender su legado, siempre acomplejada. La misma España sin esperanza que ya yacía en el corazón de Larra. La que se llevó por delante una guerra y una dictadura. La que seguimos soñando. Esa amenazada de mutilación a la que hoy -próximo otra vez el día de difuntos- ha sustituido una media república catalana que nace con su disfraz de Halloween, tal vez pletórica de bitcoins pero, a tenor del gesto y pose de sus inductores, hueca de pasión y de verdad. 
Aquí yace media Cataluña. Murió de la otra media.

¡Silencio! ¡Silencio!