El cine crea realidades y ficciones, amplia el universo. Las películas, como los libros, sirven para reflejar y comprender el mundo, para expresar y comunicar ideas, sentimientos, emociones. El cine aún sigue conservando esta imprescindible función social pese a la mercantilización y el divismo que, por otra parte, le acompaña desde sus orígenes.
Las galas con premios, alfombras y vestidos de diseño son un triste exhibicionismo de ridículas vanidades que aprovechan el resplandor de estrelladas famas. Sin duda, es necesario reconocer el trabajo bien hecho, celebrar la creatividad de muchos cineastas –el cine es el proyecto desarrollado por un equipo, la expresión artística de una idea compartida- ensalzar los méritos de los hacedores de relatos y ficciones que nos hacen sentir y pensar la vida, que nos hacen más humanos. Pero no se puede poner precio a todo y menos a la cultura. Hay infinidad de maneras de reconocimiento y admiración sin necesidad de caer en la superficialidad y mediocridad de los montajes mediáticos de esas patéticas galas que cada año se organizan como si de un culto divino se tratase. Lugares comunes de lágrimas, besos y abrazos, declaraciones para tranquilizar conciencias, ambiciones y deseos, buenas y epidérmicas intenciones solidarias y agradecimientos seguramente tan sentidos como efímeros.
Como amante del cine, me desagrada este espectáculo y me produce la misma desilusión que el descubrimiento infantil del engaño paterno sobre roedores filántropos o reyes dadivosos. La misma que la decepción de escuchar al artista que fuera de su arte no tiene nada que decir, que desprovisto de su personaje se torna mediocre. Especialmente dolorosa es la traición perpetrada por muchos actores y actrices a los personajes por ellos creados que quedan tristes, desposeídos de su esencial encarnadura, abandonados y perplejos mientras contemplan el espectáculo. "Vanidad de vanidades" pensarán.
Fernando Fernán Gómez, el gran triunfador con su entrañable Viaje a ninguna parte de los premios que concede la Academia del cine en España hace ya veinticinco años, ni acudió entonces a la ceremonia ni la vio por televisión. Dijo que estos premios no eran buenos para la salud, que le excitaban demasiado, Tal vez, lo mismo hubiera sentido Carlos Galván, el cómico protagonista de su libro y película. Ni a nuestros dos últimos expresidentes de gobierno les hace falta ningún subsidio estatal - puesto que cobran millonarios sueldos de otros patronos energéticos- ni a nuestro admirado cine alfombras rojas.
"Esto del cine es una mierda. No tiene nada que ver con el teatro"
Carlos Galván en El viaje a ninguna parte de Fernando Fernán Gómez
Para disfrutar:
El viaje a ninguna parte (novela)
El viaje a ninguna parte (estudio sobre la película)