miércoles, 21 de septiembre de 2011

Frente al dogmatismo



A partir de la lectura de un artículo de Juan Cruz (Lo que siempre son otros) puede quedar bien definida la posición del dogmático. Dogmático es aquél que no admite ninguna contradicción en sus opiniones y se aferra a sus ideas, principios y decisiones con la vehemencia extrema de quien se cree en posesión de una verdad irrefutable e incuestionable. La falta de sentido crítico anula su capacidad reflexiva y a diferencia del fanático disimula la rígidez intolerante de sus convicciones, con un cinismo imperturbable que consiste en dar la vuelta y utilizar a su favor cualquier juicio que se enfrente a sus posiciones. Así el dogmático se muestra como un fanático en apariencia elegante pero igualmente incapaz de cuestionar sus convicciones y capaz de falsear, con razones o sinrazones, los argumentos de sus interlocutores. Concluye el artículo que los peores dogmáticos -y fanáticos añadiría- son los que son incapaces de percibir su propio dogmatismo o fanatismo.

Las autoridades educativas de Madrid me temo que han caído en esta versión extrema de dogmatismo. Pero profesores, padres y estudiantes, toda la comunidad educativa, la sociedad civil me atrevería a decir, no pueden aplacar este dogmatismo ideológico con otro tipo de dogmatismo irreflexivo por muy bien intencionado que sea. La paciencia, la autocrítica, la responsabilidad, la solidaridad, el conocimiento reflexivo y el tiempo -que suele correr en beneficio de la verdad- deben llevar la sabiduría a la unión solidaria. Sólo así el éxito o el fracaso -casi siempre circusntancias pasajeras y efímeras- serán asumidos con dignidad.

Este conflicto que nos asola y apena es educativo e inevitablemente político, en el sentido filósofico e inevitable de un término que alude a todo lo concerniente al gobierno de los estados y a los asuntos públicos. Es incomprensible que muchos políticos descalifiquen su oficio calificando peyorativamente de "políticas" las intenciones o actuaciones de sus adversarios, críticos u oponentes. Y seguro que el dogmatico no encontrará en esa manifestación ninguna contradicción. Posturas fanáticas parecen aquellas en que unos dicen 40 y otros 80 para describir la misma realidad: el dato, la verdad de nuevo manipulada para defender convicciones. La mentira cínica. Se actúa con la buena o mala conciencia del que, creo que parafraseando a Galileo, tiene claro que si sus ideas y pensamientos no coinciden con la realidad, peor para la realidad.

De esta manera, las justas reivindicaciones por una educación pública de calidad ante unas autoridades dogmáticas que son capaces de poner en sus actuaciones elevadas dosis de intransigencia y maquivelismo político, deben defenderse desde la flexibilidad, la tolerancia y el espíritu crítico más impecable, sin renunciar a los ideales y fines pero sin caer en maximalismos sin salida como el de todo o nada o ahora o nunca. Para no caer en las contradicciones de toda lucha reivindicativa que debemos ser concientes de nuestras potencialidades y limitaciones; considerar siempre la fidelidad a los datos (más aún sabiendo que pueden ser cambiantes como lo es la realidad ) sin caer en la tentación de manipularlos interesadamente; buscar la unidad y solidaridad coherente de todos ( todos los niveles de la enseñanza pública y en todos los lugares) puesto que de bien común se trata; y abrir cauces de diálogo y la comunicación, aquellos que en nuestra experiencia política y memoria aparecen con el nombre de consenso. Politico es el título de uno de los diálogos críticos platónicos, el que nos transmite el imperativo de gobernar con el conocimiento adecuado que posibilite la justicia y atienda a los intereses de los ciudadanos. Y esto sólo es posible con el conocimiento y el diálogo receptivo y conciliador, dos ausentes en el dogmático fanático.

Frente al dogmatismo -a veces salpicado de intolerancia y desprecio- de la postura adoptada por muchas autoridades políticas y la impotencia e ineficacia de las demás, la respuesta sólo puede ser la movilización basada en flexibilidad, el amor a la verdad y al trabajo -a nuestra sagrada profesión-, la paciencia, el espíritu crítico y la solidaridad de los profesores y profesoras de pequeños y grandes que se deben al reto de actuar, buscando el apoyo y comprensión de las familias, dando ejemplo de profesionalidad y, si es necesario, aportando el sacrificio necesario para defender la enseñanza como inversión, esencial en la formación de ciudadanos. La perplejidad y tristeza que inspira el conflicto sólo puede ser superada por la convicción de que el diálogo urgente es la única solución. Para que no pierdan los de siempre.