Hace poco más de un año falleció Umberto Eco (1932-2016) el sabio que llegó al público y contagió el placer por leer, saber historia y descubrir la cultura medieval con su novela El nombre de la rosa (1980). Si no has leído aún esta novela ambientada a comienzos del siglo XIV en una abadía del norte de Italia, corre a por un ejemplar a la librería o biblioteca más cercana. Que no te asusten ni las primeras páginas (¡aguanta!) ni su extensión. Misteriosos crímenes son investigados por un Holmes con hábito. Si quieres escribir ficción, imprescindible que leas después sus "Apostillas al nombre de la rosa" escritas en el orwelliano 1984 y publicadas al año siguiente. En 1986, el francés Jean Jacques Annaud adaptó la novela al cine y dió la cara de Sean Connery al franciscano Guillermo de Baskerville, la de Christian Slater a su pupilo Adso y las de un inolvidable elenco de maravillosos secundarios "feos"- como la de Ron Perlman a Salvatore- parar retratar la miseria, superstición y misterio a los monjes de la abadía.
Profesor de Estética, experto en semiótica, catedrático de filosofía y gran escritor -entre otras cosas- Umberto Eco es considerado como uno de los mejores pensadores del siglo XX. Dos son los presupuestos clave en su amplia producción:
- El convencimiento de que todo concepto filosófico, toda expresión artística y toda manifestación cultural, de cualquier tipo que sean, deben situarse en su ámbito histórico.
- La necesidad de un método de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos y, por lo tanto, al margen de cualquier interpretación idealista o metafísica.
Gran maestro del arte de enseñar, en 2014 el semanario italiano L´Espresso publicó una carta a su nieto adolescente. En ella le cuenta que "el cerebro es el mejor de los ordenadores porque cuenta con muchas más conexiones, es una herramienta que siempre llevamos encima y, al contrario que las máquinas, mejora con el uso sin necesidad de sustituirse". Y le advierte sobre dos graves problemas que, a su juicio, están afectando a las últimas generaciones de estudiantes: la pérdida de la memoria y del conocimiento general de la historia convertida en un difusa nebulosa. Subrayo un par de párrafos:
"(...) En mis tiempos se podía entrar en cualquier momento, es decir, incluso a mitad de metraje. Se llegaba mientras estaba ocurriendo algo y se intentaba entender lo que había pasado. La vida es como ver una película en mis tiempos. Llegamos a ella cuando muchas cosas ya han ocurrido, hace siglos o milenios, y es importante saber que lo que ha pasado antes de que naciéramos sirve para entender mejor porqué hoy suceden muchas cosas nuevas (...). La escuela debe enseñarte a memorizar lo que pasó antes de que nacieras, pero parece ser que no lo está haciendo bien".
"(...) Es cierto que, si tienes el deseo de saber quién era Carlomagno o dónde está Kuala Lumpur, solo tienes que pulsar unos botones e internet te lo dirá en el momento. Hazlo cuando lo necesites, pero intenta retener la información para que no tengas que consultar una segunda vez (...). La memoria es un músculo, como los de las piernas, que si no se ejercita se atrofia y hace que te conviertas en discapacitado (desde el punto de vista mental) y, por tanto, en un idiota"(…) Cada mañana, memoriza algunos versos o una breve poesía. (...) Y quizá compite con tus amigos por ver quién recuerda mejor. Si la poesía no gusta, hazlo con alineaciones de equipos de fútbol (…) comprueba si tus amigos recuerdan los que eran los sirvientes de los tres mosqueteros y D' Artagnan (Grimaud, Bazin, Mosquetón y Planchet). Si no quieres leer Los tres mosqueteros (no sabes lo que te pierdes) hazlo con una historia que hayáis leído".
En la civilización del consumo y el espectáculo en la que vivimos, está de moda negar la importancia de "este potente músculo llamado memoria" tanto en su dimensión individual como social, educativa, política y cívica. La memoria es el músculo de nuestra identidad (Memento)y el que nos hace ser lo que somos: cualquiera que haya convivido con un persona con Alzheimer lo entenderá. Somos nuestros recuerdos y las personas que recordamos. La memoria nos permite pensar, crear, vivir y compartir con nuestros seres queridos.
La carta de Eco me remite también al maltrato que sufre la enseñanza de la Historia -las Humanidades en general- en nuestro sistema educativo actual. Colonizada y saqueada en sus entrañas por el pragmatismo de lo útil inmediato y de los intereses creados, más que una nebulosa. la historia aparece convertida en un incomprensible agujero negro. Es esencial e imprescindible -solo un necio lo negaría- una preparación científico-tecnológico de calidad y el conocimiento y dominio de idiomas extranjeros. Aún así, debemos evitar el absurdo complejo de inferioridad lingüístico y cultural y defender a fondo el español o castellano, nuestra lengua materna y la de 472 millones de personas según el último informe del Instituto Cervantes de 2016. Y también -¿por qué no?- las restantes lenguas de la España diversa como el catalán, el vasco, el gallego...Tal vez convendría atender a las palabras de otro filósofo Emilio Lledó que afirma que lo que realmente se necesitan son “colegios monolingües que enseñen bien otros idiomas…” y que “obsesionar a los jóvenes con ganarse la vida es la manera más terrible de perderla: la verdadera riqueza es la cultura”
Las voces del pasado nos llaman al rescate de las imágenes y experiencias vitales que se refugian en las palabras moribundas o agonizantes que olvidamos sin piedad. Del mismo modo que conocer, conservar y valorar las huellas de nuestro pasado y el enorme patrimonio cultural -material e inmaterial- que tenemos en nuestras ciudades, pueblos y paisajes debe ser el primer paso educativo que hemos de dar antes -o al menos al mismo tiempo- que lanzarnos a las calles de Londres, París, Roma, Berlín o Lisboa.
Ciencias, tecnologías y humanidades pueden y deben convivir en una educación basada en el aprendizaje a través de proyectos y en el transconocimiento que defiente José Manuel Sánchez Ron. Es en este contexto en el que debemos entender las palabras de Nuccio Ordine -otro italiano, en este caso nacido en el sur de Italia, en Calabria, en la punta de la bota de Italia- defendiendo la utilidad de lo que algunos consideran inútil:
“Todo puede comprarse, es cierto (…) pero no el conocimiento: el precio que debe pagarse por el conocimiento es de una naturaleza muy distinta. Ni siquiera un cheque en blanco nos permitirá adquirir mecánicamente lo que sólo puede ser fruto de un esfuerzo individual y una inagotable pasión (…) sólo el saber puede desafiar las leyes del mercado. Yo puedo poner en común con los otros mis conocimientos sin empobrecerme (…) dando vida al milagro de un proceso virtuoso en el que se enriquece, al mismo tiempo quien da y quien recibe. Frente a la carrera insensata hacia la tierra prometida del beneficio, la mirada fija “no permite ya entender la alegría de los pequeños gestos cotidianos, ni descubrir la belleza que palpita en nuestras vidas: en una puesta de sol, un cielo estrellado, la eclosión de una flor, la ternura de un beso, el vuelo de una mariposa, la sonrisa de un niño. A menudo, la grandeza se percibe mejor en las cosas más simples”
Ordine, La utilidad de lo inútil, 2013
Sigamos creando aulas abiertas y sin muros, salgamos al mundo. Viajemos a los lugares de la naturaleza y de la cultura con la alegría y la belleza depositadas en los corazones y cerebros de los estudiantes a través de flores, besos, sonrisas, estrellas y mariposas pero también de un aprendizaje del esfuerzo,disciplina, memoria, atención, concentración, cooperación, respeto y trabajo y conocimiento riguroso que hace falta para responder a las preguntas de la vida. Una enseñanza que concilie ciencias, tecnologías y humanidades, divertimiento, pasión y conocimiento riguroso mediante las palabras y voces de nuestra lengua compartida y las imágenes de nuestro legado histórico. Si no empezamos por valorar lo local, lo próximo y cercano, si no nos preocupamos por nuestro patrimonio hispánico seremos incapaces de apreciar los valores universales que habitan en las palabras sin precio de todas las lenguas de este mundo global, contradictorio y complejo.