miércoles, 7 de septiembre de 2011

En septiembre. Entre la incomprensión, la esperanza y la ilusión.

Vuelve septiembre.

Septiembre, un mes para revisar una serie imprescindible, una auténtica lección de historia

Durante estas pasadas vacaciones de verano he  ordenado mis notas sobre algunas  novelas como  Riña de gatos (Eduardo Mendoza) y La caída de los gigantes (Ken Follett) y he empezado a trabajar con los ensayos Sobre el olvidado siglo XX (Tony Judt) y La herencia del pasado (Ricardo García Cárcel) para  valorar sus posibilidades didácticas en las materias de Historia de  Bachillerato. He leído Los años del miedo y De la alpargata al seiscientos de Juan Eslava y Galán, libros de los que espero sacar contenidos para ilustrar la vida cotidiana en la España del siglo XX tanto para 4º ESO como para la Historia de España de 2º Bachillerato. He adquirido también La historia de España en sus documentos de Enrique Moradiellos, libro útil para reforzar el análisis de textos y fuentes que este curso también se potencia en la prueba de acceso a la Universidad.
Para la ESO he seleccionado varias entradas de  Menudas historias de la historia -anécdotas, despropósitos, algaradas y mamarrachadas de la Humanidad- que junto a los podcasts de efemérides de  Nieves Concostrina en RNE, servirán para dinamizar e introducir muchas clases de historia . Menos tiempo he podido dedicar a la búsqueda y catalogación de recursos de internet, como los que ofrece la página web de RTVE, un auténtico vivero de materiales audiovisuales que convenientemente planteados y adaptados pueden dar un juego de aprendizaje espléndido y a  múltiples actividades para Ciencias Sociales de la ESO.  A lo largo del mes de septiembre seleccionaré y trabajaré los más interesantes. Durantes estas semanas,  en el pueblo asturiano en el que he estado me he visto obligado casi  a prescindir -haciendo de la necesidad virtud-  del mundo de Internet. Esta circunstancia es, por otra parte, afortunada al no tener más remedio que  privilegiar la lectura profunda sobre la más superficial que nos impone la Red (me remito al ensayo Superficiales. Lo que internet está haciendo con nuestras mentes de Nicholas Carr).

Ayer mismo acabé con Mundo consumo de Zygmunt Bauman que me aconsejaron para buscar posibilidades de conexión interdisciplinar -el denominado transconocimiento que diría Sánchez Ron- en varias materias de Bachillerato como Economía, Filosofía, Psicología e Historia. La verdad es que no me ha convencido demasiado. Tal vez había puesto excesivas expectativas en el libro que me ha parecido poco claro y algo errático pese a su interesante observación de algunas peculiaridades de la modernidad líquida del  mundo globalizado.


 En algunos momentos del verano  he intentado -con más voluntad que éxito- poner al día mis conocimientos de inglés para afrontar los cursos de la Escuela Oficial de Idiomas y mi propósito a corto plazo de habilitarme en inglés para poder impartir clases en los cursos bilingües. Tendré que recurrir a la inmersión si quiero despegar de una vez y sobrevivir al reto.
Mi pasión por el cine como recurso didáctico la he cubierto con la adquisición de los libros 100 documentales para explicar historia de Caparrós Lera, Magí Crusells y Ricardo Mamblona, Películas clave del cine histórico de Enric Alberich y con la relectura de los artículos de La mirada encendida de Ángel Fernández Santos, lecturas que sin duda serán útiles para mejorar los cursos en línea de cine en los que colaboro con el CRIF Las Acacias. No me ha quedado tiempo para ver más que algunas películas de cine de entretenimiento- no muy destacables, si acaso El origen del planeta de los simios y Super 8- y sobre todo el expepcional drama En un mundo mejor (Susanne Bier, 2010) que  reflexiona sobre los ideales y la violencia, la familia, la escuela y la educación, desmintiendo, con un final feliz, el determinismo de una  pulsión de la naturaleza humana que obliga a responder a la fuerza con fuerza, "a la maldad con maldad" como recita el coro de La Orestíada de Esquilo.

También  he podido volver a ver los seis episodios de la serie de La forja de un rebelde,  adaptación televisiva de Mario Camus de la novela autobiográfica de Arturo Barea. Y me espera el reto de recuperar la imprescindible serie Arriba y abajo que acaban de poner en mis manos con sus cinco temporadas y algunos capítulos inéditos.



Y, como no,  lo fundamental de estas vacaciones, he tenido tiempo suficiente para descansar y disfrutar de los placeres estivales, de mi querida aldea asturiana y por supuesto de mi familia y amigos.

Ahora, de nuevo se echa el tiempo  encima. En septiembre, tras los exámenes extraordinarios y evaluaciones toca  revisar programaciones, volver a ordenar los viejos materiales, incorporar los nuevos recursos, actualizar blogs didácticos, intentar por fin acabar de dar forma al Aula Virtual de Historia - también la de Geografía-, reuniones de coordinación y muy pronto empezar las clases y afrontar toda la diversidad y complejidad de actividades que las envuelven  y acompañan, desde la preparación y planificación de clases y materiales,  hasta las tareas de tutoría, actividades extraescolares, coordinación, seguimiento, corrección y evaluación. Tareas todas de una profesión  digna, necesaria, admirable y maravillosa. Al menos así la siento tras casi un cuarto de siglo dedicado a ella. Trabajo, como otros muchos, no exento de dureza y algunos malos momentos de disgusto y angustia, de tensiones y conflictos. Pero puedo asegurar que al final nos quedamos con los logros conseguidos y la ilusión de que el próximo curso todo irá bien, todos seremos mejores.

Y así, con el ánimo puesto en emprender el nuevo curso con ilusión y esperanza, me encuentro con la descalificación, la ofensa miserable que pone en duda la profesionalidad de nuestro oficio desde la ignorancia o tal vez desde  el interés malintencionado e interesado. Y aún más que indignación me asalta la tristeza y la verguenza. Deseo que todo se solucione cuanto antes porque nos esperan los estudiantes y sus familias que son nuestra razón de ser y a los que gobernantes y educadores les debemos ejemplaridad y responsabilidad. Lo que está en juego es  el futuro de la convivencia social,  de la educación como servicio público necesario para conseguir una sociedad más justa y solidaria con ciudadanos  felices y libres. Si tenemos que dar más horas de clase las daremos con mucho gusto, pero que esta circunstancia no sea utilizada por los políticos, gestores y burócratas para encubrir un nuevo recorte de recursos y profesores que sólo sirve para empobrecer la calidad de nuestro sistema educativo y generar injusticia y desigualdad.  Volveré a preguntarme -siguiendo los consejos de José Antonio Marina- que puedo hacer para solucionar estos conflictos que atacan y desangran a nuestro sistema educativo. Como luchar por la dignidad de esta profesión y los derechos de los alumnos y alumnas a una enseñanza de calidad Mientras tanto, Elvira, gracias por tu comprensión, gracias por tus palabras. Gracias

Profesores

ELVIRA LINDO

EL PAÍS - Última - 07-09-2011
Confundir horas lectivas con horas de trabajo no es gratuito, es una manera de contribuir al lugar común de que los profesores trabajan poco. Tampoco es nuevo: siempre que se trata de estrechar los derechos laborales en la enseñanza alguien deja caer, como de manera inocente, que los docentes de la educación pública gozan de más ventajas que el resto de los trabajadores. Por más que se informe sobre los desafíos a los que se enfrenta un profesor en nuestros días, siempre habrá un buen ciudadano que llame a la radio o escriba al periódico para informar, por ejemplo, de las largas vacaciones que disfrutan los maestros. Es un clásico. A los políticos se les llena la boca con que no hay inversión más útil en nuestro país que la destinada a educación, hasta que un día se ponen a hacer números y empiezan por ahí: prescindiendo de interinos y poniendo sobre los hombros de cada trabajador dos horas más.
Explicar que ser profesor no consiste solo en dar clase debería de ser innecesario. ¿Qué consideración se les tiene a los docentes si se extiende esa idea? El profesor enseña, pero también corrige, ha de preparar sus clases, perder un tiempo precioso en absurdos requerimientos burocráticos y, en ocasiones, hacer labores de trabajador social. La educación requiere ahora más energía que nunca y no es infrecuente que el enseñante desarrolle patologías físicas o psíquicas. Su trabajo cansa, es más duro que muchos de los trabajos que nosotros realizamos. Los niños y los adolescentes son grandes devoradores de la energía adulta. Los escritores que hemos visitado colegios e institutos lo sabemos: dos horas dando una charla ante una vampírica muchachada te dejan para el arrastre.

¿Cómo pretenden los responsables del injustificable derroche autonómico que se comprenda que el sacrificio ha de comenzar por los que ya están sacrificados?